Un día te encontras perdido, sin rumbo, no encontrás el camino, sin ver la costa, con miedo, sinéndote cansado y solo, todo parece una larga noche, una fuerte tormenta, pero a pesar de ello no perdés la calma y dejás que el viento sople, que las cosas pasen, es en ese momento en el que te dejas encontrar, donde ves esa luz que destellaba, lenta, sin prisa, constante.

Cuando nos enfocamos en ella, la vemos clara, siempre estuvo ahí, aún no la veíamos, no nos está marcando el camino, solo está ahí, nos llena de calma y seguridad, ella esperará quieta, dejando que seamos nosotros los que encontremos el camino a la costa.

Es en ese momento donde después de mucho tiempo encontramos calma, nos sentimos amados de nuevo, seguros, vemos claro el camino que antes parecía no estar, surcamos la tormenta, ella espera ahí, quieta, firme, fiel e incondicional.

Cuando al fin llegamos a la costa nos abrazará fuerte, llena de amor, descansaremos en su regazo de mujer, dormiremos de nuevo en paz, secará nuestras lágrimas y curará las heridas, el tiempo que sea necesario, hasta que amanezca nuevamente y despertemos sanos de nuevo.

En ese momento sentiremos que su luz empieza a apagarse, que sus brazos nos empiezan a soltar, nos mirará con profundo amor como volvemos a caminar, como volvemos a surcar aguas ya calmas a donde el viento nos lleve, y ella con dolor en el corazón nos dejará partir, para que sigamos buscando nuestro camino.