Manos que sostienen y ofrecen una historia, aquella

que les marcó la vida.

Soldados, oficiales, enfermeros, comandos, hijas, madres,

que representan a tantos otros.

Una ofrenda a quienes saben y sienten, fueron a defender

a su patria.

El primer borceguí que tocó la tierra que iba a recuperar.

La medalla, que muestra que está vivo.

El rosario que entregó a su madre cuando volvió.

El ticket que marca las comidas que recibió como

prisionero -nunca rendido-.

El sweater que lo abrigó en las heladas tierras.

La bici que le salvó la vida, mucho tiempo después.

La foto del papá.

La tumba del papá.

La campera guardada cuarenta años en un placard, que

lo abrigó durante la guerra.

El tatuaje que grabó para no olvidar lo que sostiene.

La placa que dice “desconocido”, aunque ya no lo sea.

 

Las mismas manos que nos contaron de puño y letra su

sentir, su sostener, que es de ellos, pero un poco también

el sentir de todos.

 

Gente que no se siente héroe, sino solo argentinos comunes,

que aquel día, y hoy nuevamente, vienen a ofrecer su corazón.

 

Martín Magliano

Malvinas, 40 años: Memoria, arte e imágenes en homenaje a los héroes de Malvinas y sus familias.

Poco se sabe de los excombatientes hoy por hoy: ¿Qué es de sus vidas?, ¿Cómo les afectó la guerra?, ¿Qué imágenes o pensamientos se le vienen a la cabeza?, ¿Qué les cuentan a sus hijos al respecto? Y muchas interrogantes más que al día de la fecha se desconocen.

Las fotos son los retratos de los soldados que estuvieron en batalla más un escrito de los propios combatientes. También madres de los caídos, a las esposas e hijos.

Les propuse que no me contaran la guerra, que me contaran su vida. Cada foto, cada momento fue único, porque ellos lo son. No encontré rencor, no encontré soberbia, ni resentimiento, encontré gente común que hizo algo heróico, que se saben un argentino o argentina más. Encontré gente muy distinta, de distintos lugares, distintas edades y comunidades, pero en un lugar todos son muy parecidos, o me animo a decir, en un lugar, son iguales. Todos reconocen en el otro más mérito que en ellos mismos; las madres tienen tanto dolor como orgullo y se sienten madres de todos; los hijos, aman a sus papás; las esposas que quedaron solas, reconocen la pérdida, pero la sienten y viven orgullosas. Todos saben que pueden caminar con la cabeza en alto.

Les pregunté después, donde se sentían más valorados, todos me dijeron lo mismo, en la gente común, en los pares, en la calle. Así fue como, cuando llegaron los 40 años, ví como los festejos más lindos, los más grandes, los más emotivos, no fueron hechos por el estado, ni por un partido político, sino por la gente común; y creo que para todos fue el mejor reconocimiento que pudieron tener, el que te da el par, el que está codo a codo en el día a día.